El Azogue (2019)

Letras

1. En las encías
Seré como una faca en la garganta
de un amor interrumpido.
Mi voz es un pulmón tan renegrido
como el agua de fregar.
Me suena, en las encías, el desitno,
como una seguiriya con bozal.
-Eduardo, llévame a Cantocochino,
que no quiero ver el mar.

Seré un trozo de luna
podrido y resiliente;
el dueño silencioso
de una lengua candente.
Seré el cuerpo presente
que se metió el futuro en el calzón.

Quel el aire en la avenida,
por siempre emputecido,
me traiga, en las alforjas,
lo que pudo haber sido.
Que el barro desabrido
se coma, en Berriozar, el corazón
que quede de mí.

Me estampo contra el raudo calendario
a la espera de otra nube;
no salen ni las cuentas del rosario,
si me da por no morir.
La tromba llegará hasta la rodilla,
la tarde que me empieces a llorar;
cuidado con Peter Pan, mi Campanilla,
no lo tenga que velar.

Seré la fosa errante
de un verso maloliente
que no encontró el sentido
a no querer quererte;
que se bebió los ríos,
y fue a desembocar en tu rincón.

Quizá, el poema en celo,
que se jugó los dientes,
te muerda como nunca,
ladrando como siempre,
y vuelva del hastío,
quemando su navío en el sillón.

Seré la desvergüenza de un tal Judas,
que treinta veces te niegue -y luego más-;
que se ha metido una vela tan cruda
que no la puede tragar.
Buscaba en las alturas pala y pico;
buscaba la ballena de Jonás.
Me fui a desenterrar a Federico
para nunca regresar.

2. Un hierro sin domar
¡Ah del castillo! Vento najando;
de los ondunares que me estoy escapando.
¿Quién me abre la cancela?
Muy de vez en vez, y muy de cuando en cuando,
saco los ladrillos que he estado randando:
son de la rancia escuela.

Poseo un mirlo blanco que viene por dertrás;
que cierra los estancos; que quiere enseñarme a llorar.
Tengo un freno mulero que lo quiero regalar:
conmigo no ha podido y tampoco podrá.

Abre el pestillo y la gatera,
y que le den por culo a tanta primavera;
que ya me está cansando.
Se quedó varada con su cantinela;
con el pelo negro de avivar la hoguera…
Y sé que no es para tanto.

Tenía un rayo verde, pero se me apagó,
y no encontré el pesebre que dio de comer al cantor.
Se me pasó la fiebre y el otoño se pasó;
solo quedó diciembre…, su agonía y yo.

¡Qué más quisiera que vinieras a mi funeral!,
pero me emperro en ser un hierro sin domar.
Que me pusieras un recuerdo en el ojal
y, luego, fuego que recuerde lo que he sido.

Del baratillo estoy colgando:
todo lo que pillo lo voy amasando,
y no me entra en la mollera.
Sigo con el alba de los albañiles;
con la barahúnda de ferrocarriles;
con la naranja entera.

3. Muchas lanzas
-Ya tienes el pasado por delante:
quisiera ver lo que haces con el cieno.
-Lo mismo lo recojo, a ver si me hago un nido
que tenga un alarido trashumante,
lijado por un torpe carpintero…
Y dejaré a sus pies el mundo prometido.

Me puse a rezongar, y se hizo tarde,
y entonces ya no quise ser palmero,
ni ser aquel chiquillo de la vez primera.
Y ahora que no hay palo que me aguante,
posado en la baranda del tintero,
espero la llegada de cualquier cualquiera.

De pronto, una pisada me desperezó.
Lloraba que cortaba la respiración,
pidiendo que me desenamorara,
que le dejara un beso en cada llaga:
me dio una chillada y desapareció.

Arranco de mañana, en un alarde
de ganas de vender algo de insomnio,
y paso por tu puerta sin rendirte honores.
Y ofrezco siete mil chorros de sangre,
llegados de la fuente del Camborio,
a quien me traiga vivo a quien vivió de amores.

La aldaba, no sonaba cuando esclareció;
gemía, y no podía… Y se reía el sol.
Me tuve que beber la madrugada,
que todavía sigue, desbocada,
trotando por mis venas, como un percherón.

En mi pecho, se han partido muchas lanzas,
y sus trozos fabricaron mi esperanza,
tan sedienta porque, al fondo de mi alma,
hay un pozo, pero la soga no alcanza.

Se caen los anillos en el nacedero
que sigue penando por mí,
que anhela encontrar el calor
que un día me dio, por si echaba de menos
el sitio de donde partí,
y a mi calavera esperó.

4. Jindama
Cinco esquinitas tendrá siempre mi cama;
cuatro macarras de barrio me la guardan
y la custodian a punta de bardeo.
Y cuando estoy de bostezar,
salen los bichos y los nichos piden más,
entre los gritos de “¡Soltad a Barrabás!”.
Mientras, fallece Morfeo y se levanta el deseo.

Háblame, madre, ¿porqué tengo jindama,
si los bandidos cuidan de la camada
y harán que caiga maná de sus cabellos?
Que en tu regazo quiero hallar
un calabozo que me sepa a libertad,
para, con ella, ser la envidia del penal
con los barrotes más bellos…
Con los más bellos.

He florecido con tanto ruido
que el trueno me habita la piel
-la ciencia, llegó de Plasencia y de Carabanchel-;
hijo del hambre, enfebrecido,
jamás dejaré de perder si quieres perderte conmigo.

Duérmete, niño, que son afiladores
los que te silban y anuncian los albores
de los caminos de dagas y puñales,
en donde habrás de tropezar
porque quisiste acariciar a Satanás,
encandilado por su aliento y el manjar
que te mitigue los males…
Todos los males.

5. La noche de Viernes Santo
Llegó rumiando piedras, tras caer,
surcada por las cuerdas del serón.
La lluvia, recogida en puño, demasiada piel,
demasiado que perder… Pero todo lo perdió.

Venía mascullando su oración,
luciendo el Altozano en el costal,
bullendo -igual que bulle el miedo sujeto al ronzal-;
arrastrando el sinsabor de su sola soledad.

Enséñame tus alas de zorzal,
aburridas de rezar entre el brillo y el espanto.
Tu aliento de tomillo, tu verdad,
tu mirada de humedal, tu dolor de Viernes Santo.

Traía, en las ojeras, una luz
brotando de la grieta que pintó.
Quería que su romería fuese multitud,
y, el de los brazos en cruz,
nunca, de ella, se acordó.

Enséñame esa noche que tendrá
una senda que labrar, que me cubra con su manto.
Que no me despedace al recordar
que no pude remendar tu dolor de Viernes Santo.

Y en esta orilla, que chilla de tanto aguantar,
fue la costilla rota de Adán;
la de la vieja Andalucía rebuscando pan;
la que ha masticado el sol;
la salina de mi sal.

Enséñame tus alas de zorzal,
aburridas de rezar entre el brillo y el espanto.
Tu aliento de tomillo, tu verdad,
tu mirada de humedal, tu dolor de Viernes Santo.

Enséñame esa noche que tendrá
una senda que labrar, que me cubra con su manto.
Que no me despedace al recordar
que no puede remendar tu dolor de Viernes Santo.

6. Ocho mares
Soy esqueje de la estera
que se duele, y se sacude,
y que no hay quien desanude.
Soy del mismo cordón
con el que se ahorca el macho
que se sabe cucaracha;
que se agacha si me agacho.
Hoy…, mi enemigo soy.

No me enteré del desembarco,
y solito me quedé,
con una pluma en cada flanco,
roneando en un papel.

Soy la sombra que guarece;
el ombligo desmedido
que siempre es lo que parece.
Soy medio corazón
y asesino de otro medio
que murió por hijoputa;
porque no tengo remedio.
Soy…, casi nada soy.

Creía que no habría fiera
que rompiera el cascarón
donde escondía la llantera,
y la casa se inundó.

Regresará mi algarabía
a decir que levantó
el faldón de estos lugares
en donde no despunta el día:
¿Quién diría que no soy
el que sobra de ocho mares?

Soy rumor que desescombra;
que se sabe resabiado;
que se encoge si te nombra;
estoy fuera del montón.
Y seré del que me olvide;
de la acera traicionera;
de los tuertos que me miren…
Hoy…, de mi mano voy.

No me enteré del desembarco,
y la casa se inundó.

Regresará mi algarabía
a decir que levantó
el faldón de estos lugares
en donde no despunta el día:
¿Quién diría que no soy
el que sobra de ocho mares?

Regresará como quería:
cuando se baje el telón,
retozando por los bares.
Regresará y no será mía:
¿Quién diría que no soy
el qu sobra de ocho mares?

7. Copla del precipicio
Hermoso, como el nombre de una puta,
será ese destello en que ya no me quiera…
y yo resucité herido de humo y de gente;
de paños ardientes; de antigua simiente
que la vida me dé…, y la vida me quite.

Acudo cuando me afloja los nudos;
me libra del yugo y le dejo probar
mi flema sangrante teñida de balas perdidas;
de aullidos ajenos;
de puro veneno que la invite a volar:
que la desencante.

Me sacará de aquí; la sacaré de quicio.
Que duerma quien pueda dormir:
con todo por decir, no se oye ni un suspiro.
Me intenta descoser; me asomo al precipicio.
Que corra quien quiera correr:
con todo por hacer, me quedaré contigo.

Oscuro, como una noche de lobos,
me juro y perjuro que no habré de volver
a los madrigales, y escapo del escalofrío;
que los amoríos que llegan tardíos;
del ebrio fulgor de saltos mortales.

8. El temblor
Subirá el azogue en cada estancia
si nos ven entrar como elefantes, perdidos,
en busca de otro derrotero;
quizá más inocente, menos resentido,
que no se desviva en lo vivido;
que muera por ver un horizonte nuevo.

No comimos nada: contamos veinte.
Con el mercadeo más urgente, danzaron
las uñas de los taberneros,
repletas de planetas; de tabaco y plata;
de la libertad que desbarata los sueños
de aquellos que nunca durmieron.

Tan harto de ternura y de tanta picadura, amor,
ungido, me abracé al rugido que me enamoró.
Después, me encomendé a la bruma
que puebla el último atolón;
que enviuda y amanece, muda,
con nuestro temblor.
Volverá el temblor.

De la retirada, no fuimos hijos:
fuimos la palabra y entresijos dorados;
la levantera y el calambre.
Nos queda la certeza de sabernos vivos,
nunca vencedores ni vencidos; regados
por lo que queda del estambre.

¡Qué hartura de tormento -tormenta tierra adentro-, amor!
Me cansa la caricia mansa de su resplandor,
que abrasa aquel renglón torcido
que se vistió de perdedor…
Si yerra, me hablará la tierra, y llegará el temblor.
Volverá el temblor.

9. Pájaros viejos
Espérame un momento: voy a volar los puentes
por donde cruzaron Bambino y Morente,
la Lola, y el Paco que más alumbró.

Y es que no quiero que dé la hora
del caladero a donde se fueron
Farruco y Pastora vendiendo su flor.

Y Pasos Largos, y Joselito, y Valderrama,
y el Torta, y Panero, y el sueño maldito que los embaucó.
Que nadie vaya a escarbar a la llanura del cielo,
que está el Ventura cogiendo vuelo…
Doliendo en los duelos.

Baila que te baila con la cojera,
vendrá La Catrina, será tempranera,
y mi tos cigarrera no habrá de escuchar.

Tan solo queda soñar con la Fernanda y el Jero;
con Juan Talega, y el carbonero
del ascua en que muero.

No seremos los huesos comidos a besos
que el tiempo guardó: seremos pellejo.
Ni tampoco aspaviento ahuyentando a ese viento
que nos devoró: seremos pájaros viejos.

Quédate a mi lado, a ver qué nace
del viento marchito de estrellas fugaces
que anhelan la nada… Y nada nació.

Y en una gota con sal, se irán las guerras ganadas,
y tus pisadas también se irán, de polvo colmadas.

¿Qué será del pañuelo
que su llanto nos dio,
repartiendo consuelo?

¿Qué será de los dos?

10. Pecadores
Te pusieron pecadora,
por besar al trovador
que ahora nunca llora a solas
y reniega de este sol.

Pecador seré a tu lado,
y también mi corazón,
por poner sangre en mis manos,
de tanto matar a Dios.

La maraña que tejimos,
nunca pedirá perdón:
vamos a escupir el vino
contra el cielo que se abrió.

¡A mí, pecadores, pisando las flores!
Maldigo ese cáliz que nunca existió.

Pecadores en las camas,
pecadores entre llamas,
pecadores contra el tiempo y el reloj.

Pecadores de ceniza,
pecadores hechos trizas:
pecadores maldiciendo al Creador.

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