Chuchín Ibáñez

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(Texto incluido en el disco Punto y seguido, de Chuchín Ibáñez)

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Punto y seguido
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En la mezcla está la pureza. Eso lo sabe Chuchín; tan puro y contaminado como sólo los hombres libres saben estar. Habitando en un sueño en el que todos somos todos, en el que cada voz es imprescindible para formar un universo tan humilde y grande como su sonrisa. Porque en la voz de Chuchín no se despiertan solamente los ecos ancestrales de las raíces y el devenir bronco de la frontera. No. Detrás de estas canciones se puede vislumbrar a José Alfredo brindando con Hemingway, a Chavela llorando en el hombro de Dylan, a los Tigres del Norte y los Huajolotes tocando al cielo desde la Plaza del Castillo para que entre las nubes aparezca el Gavilán, a Pedro Infante ebrio de pacharán luciendo chupa de cuero en Plaza Garibaldi, a Vicente Fernández y Bruce Springteen masticando juntos el gusano del mezcal, a Jorge Negrete comandando un ejército de mariachis buscando en el Paseo de Sarasate un desierto al que le dicen de Sonora, pero que no es otro que el de Las Bardenas. Y los corridos suenan a rock & roll. Y en cualquier ranchera brama una Fender Stratocaster. Y en el tex-mex erizan la piel los irrintzis. Y mientras todo esto sucede, en el sombrero charro de Chuchín se obra el milagro de los panes y los peces regados con tequila. Es entonces cuando todos quisiéramos tener su sonrisa, la misma que alberga casi tres décadas de serrín de los escenarios, la misma que nos regala, cada vez que separa los labios, el secreto de estar vivo. En la mezcla está la pureza, repito. Eso lo sabe Chuchín y, gracias a él, también podemos saberlo nosotros. Para sonreír por siempre. Para ser más libres.
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