Carlos Chaouen

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(Hoja de promoción para el disco Horizonte de sucesos, de Carlos Chaouen)

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Horizonte de sucesos
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Con este nuevo trabajo ya son cinco las piedras contra las que golpea Carlos Chaouen dejando muescas en ellas. Producido por él mismo y grabado en diferentes estudios entre Madrid y Valladolid, el redondo se abre con “Amor vertical”, que junto a “Fuera del cielo” y “Retinas de alquiler”, nos muestran al Chaouen primigenio, sin aliñar, desnudo y estremecedor que sigue erizando la piel sin pedir permiso. Su parte eléctrica y su labor a las guitarras muestran las encías en “Equilibrio” y se ofrece limpio como la luz en “La vida tiene estas cosas”, a pesar de saber que el sol todo lo ensucia. En “Báquica escena” sigue buscando la receta del olvido sin peso en las alas y en “Mal acostumbrado” hace toda una declaración de finales cual cristo desclavado para pisotear los sombreros de una vez por todas. En “Destruido” su voz se abre paso entre las aguas del estrecho y agarra las manos de ese mar que lo une y lo separa de su propio nombre. En la abrumadora “Comer acero”, mastica despacio sin más cubiertos que el piano de Alejandro Martínez, hasta llegar a “Astronomía y trampantojo”, quizá la pieza más lisérgica que haya registrado nunca. Acompañándose en esta ocasión por Juan Medina al bajo, Rafa Martín a las distintas percusiones y David de la Plaza a la guitarra eléctrica, programaciones, teclados y bajos ocasionales, los seguidores de Carlos estamos de enhorabuena, ya que ante este quinto disco del de San Fernando, no me queda sino reiterarme en mi opinión de que Carlos Chaouen es la poesía. La poesía como algo tangible; como yo la he entendido siempre. Como me gustaría que fuese. La poesía con rostro y manos. La que pellizca sin dejar marcas en la memoria. La que aguijonea pero no infecta. La que sangra y no mancha. La que discurre por las miradas de los que la amamantan, aun a sabiendas de que no son ellas las que la engendraron. La que se disfraza de vida y hiere de muerte los ojos de los hombres tristes.

En contra de lo que dicen los analistas poéticos acerca de que la poesía no es un detector de mentiras, sino la mentira en sí, no queda más que despojarla de su nombre, lapidarla y enterrarla junto a todos los falsos profetas que la predican y la elevan a su máximo grado: el de la complacencia. No se podrá jamás sentenciar a estos diez poemas, a pesar de ser culpables de vivir. Ellos buscaron este horizonte que nos ocupa siempre por el camino más largo; sin atajos, pon una tierra preñada de sangre y cristales. En las diez canciones que componen este Horizonte de sucesos, la poesía se descuelga de la boca de Carlos como de la reja de un penal. Mira hacia abajo con esperanza, tan sólo quiere las aceras mullidas, tal vez vislumbrando el jardín del cielo en ellas. Sabe que jamás alcanzará ese horizonte que camina a la par del poeta. Pero no le importa: nos invita a no preocuparnos por las cicatrices. Y entonces nos damos cuenta de nuestra nimia condición de humanos, de nuestro pasear por el lodo teniendo tan cerca los guijarros, de la estúpida pesadumbre del transcurrir de los minutos. Parafraseando a Whalt Whitman diré que me gustaría que la voz de Carlos no fuese su voz, sino la voz de toda la humanidad en todas las épocas y naciones, la hierba que crezca dondequiera que haya aire y agua: me gustaría que fuese el aire común que envolviese el globo. Tal vez entonces pudiesen convivir las raíces con el humo, las uñas con la piel, la soledad con la soledad. Quizá en ese momento seríamos conscientes de que sin la voz de Carlos Chaouen estamos más solos y más tristes. Ojalá ese momento sea éste, en el que la poesía tiene su garganta. Ojalá los sucesos salgan a su encuentro. Ojalá todas las retinas se giren, aunque sólo sea por un instante,  hacia el sur:; allá encontrarán unos pasos cansados y firmes: los suyos y los míos. En pos de ese maldito horizonte.
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