Canela en rama

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(Relato incluido en el libro Resaca/Hank Over, un homenaje a Charles Bukowski)

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Alerta Naranja
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Me está poniendo la polla como la pata de una cómoda, la muy hijaputa. Estamos en el rincón de siempre. El bar de siempre. La gentuza de siempre. El Canela, el Milhombres, el Pisacristos, el Pico, la Raja, la Seca y yo. El Milhombres y la Raja se están comiendo encima de la mesa. Al Milhombres sólo le falta meterle la lengua en el bolso. Se la mete en la boca como quien mete el desatascador en la taza del zambullo. Las manos no le dan abasto. Le aprieta las tetas con saña y a ella parece gustarle; pega pequeños gemidos tan sólo audibles para los que estamos más cerca. Lo de la Raja le viene por la cicatriz que le baila el rostro desde el ojo izquierdo hasta la boca, recuerdo de un madero cojo que le hacía de chulo en la Plaza del Castillo en sus tiempos de puta. Desde entonces mira y sonríe a medias, vive a medias y ama a medias, ya que en cuanto el Milhombres se descuida se rellena el chocho con el primero que le rule veinte euros. A veces ni eso. Una aspirada de Keta por una de polla. Un tiro de espid, una china, unas anfetas. Suficiente para alquilar el coño. La cuadrilla parece ajena al show. Cada uno rumia sus pensamientos entre el sopor del caballo, cuyo rastro todavía cabalga humeante en el papel de plata que el Canela sostiene con una mano debajo de la mesa. Con la otra tamborilea descompasado en mi brazo izquierdo mientras su sonrisa mongoloide mira a la nada con pupilas como cabezas de alfiler. El Canela ha salido hoy del hospital. Se supone que lo estamos celebrando. Se ha tirado quince días en la UCI mirando el filo de la guadaña con quince centímetros de navaja entre las costillas. Todo sucedió en la puerta del Reve. Mira que les tengo dicho que no tenemos que ir a esos antros y menos a las horas en que vamos, en las cuales está infectado de pestañí en todas sus variantes: maderos, munipas, forales, picoletos y escoltas. De todos es sabido que el puto Reve es a donde van en sus ratos de esparcimiento. Pues no. Nos chaparon los garitos de costumbre y al Reve. La movida empezó en la puerta. Los gorilas rusos que hacen de cancerberos les echaron el alto al Pisacristos y al Pico. Que si a donde vais con esas pintas de pordioseros. Que si a pedir a otro sitio. Que si esto es un club privado y no un albergue de Cáritas. Y partiéndose el culo, los hijos de mil perras. En definitiva, que a los dos minutos se había montado una buena pajarraca. El Pisacristos estaba fuera de combate de un tortazo a mano abierta. El Pico le había metido a uno de los rusos una patada en los cojones que lo había vestido de torero y corría por la Avenida de Bayona perseguido por otro. A mi me habían hecho una llave de esas orientales que no sé como cojones me inmovilizó hasta las pestañas. Mientras, el Canela, de mala ralea y curtido en mil tanganas, estaba siendo rodeado por la multitud de autoridades de paisano que entraban o salían. Malo. Jugando en campo contrario y con el árbitro comprado el partido estaba perdido. En cuanto conseguí zafarme del ruso intenté mediar entre el Canela y la humanidad. Imposible. Enseguida diluviaron guantazos, puños y patadas. El Canela empezó a gritar: me han mojaaao, mecagonsusmueeertos, aaay, que me han mojaaao. Se agarraba el costado con las dos manos mientras una cascada roja le manaba entre los dedos. Al olor de la sangre, al contrario de lo que pasa con los carroñeros, desapareció todo el mundo. Tenía buen tajo el Canela. Ay, por tus mueeertos, no me deeejes, compaaai. Se le oía la respiración como un fuelle. Tranqui, Canela, que estoy aquí contigo. Llamé a un taxi después de registrarle los bolsillos buscando calderilla al Pisacristos, que seguía inconsciente. Con ayuda del taxista los metí a los dos en el asiento de atrás y a toda hostia para Urgencias de Virgen del Camino, jefe, que el asunto está nublao. El bastardo del taxista no paraba de blasfemar: me cago en mi vida como me estáis poniendo el taxi, a ver quien cojones me limpia a mí esto. Le tuve que dar dos cogotones bien dados además de amenazar con violar a su mujer y a sus hija que me miraban sonrientes desde sendas fotos en el salpicadero si no se callaba la boca de una puta vez. Al llegar no hizo falta hacer ademán ni de pagarle. Hasta me ayudó a descargar a los dos perlas. Valiente payaso. El caso es que el Canela llegó por los pelos. Había perdido mucha sangre y el pinchazo le había perforado un pulmón.. Lo del Pisacristos no era nada. Un golpe en la cabeza al caer del que se despertó mientras esperaba a que llegaran los enfermeros. Así que aquí estamos, celebrando la resurrección del Canela en silencio, mirando como se miden la boca el Milhombres y la Raja, que a estas alturas van camino del baño con los pantalones por las rodillas y las lenguas anudadas. Pero la que me está poniendo el rabo firme es la Seca. La Seca es la novia del Canela y está de buena que no sé como no revienta. Mientras el Canela ha estado hospitalizado me la he estado calzando. Sistema de cama caliente creo que lo llaman en los submarinos. Como casi siempre está borracha es fácil llevársela al catre. El primer día que follamos fue cuando estaban operando al Canela, en un cuarto de servicio del hospital. Le va la marcha que no veas. Venga, bujarra, maricón de mierda, hijo de puta, métemela por el culo. Si, por el culo, méteme hasta los huevos, venga, bujarrón, qué eres un bujarrón. Y yo que me ponía como loco y le daba de guantazos en la cara con las dos manos mientras se la endiñaba. No sé qué le contaría después al Canela, cuando iba a visitarlo con moratones de más y un diente de menos que le salté un día que le di con el puño. El caso es que el Canela está embalsamado de jamaro y la Seca me está restregando el bullas disimuladamente por la pierna mientras baila al ritmo de los Pata Negra. Serás zorra. El Canela nos mira como miran las vacas al tren. No sé donde meterme. Cojo al Canela por los hombros y lo miro fijamente a los ojos. Canela, vente conmigo ahí abajo que te quiero contar una cosa. Lo quéee, compaiii. No meee lo pueeeedes contaar aquíii. No, canela, qué es muy serio, vamos abajo, al Callejón del Perro, y hablamos tranquilicos. Bajamos al callejón a trompicones, abrazados. El Canela no se tiene casi en pie. Eeeres un amiiigo de veeeerdad, compaiiii, me salvaaaste la vida, no séeee si me entieeendes. Me besa continuamente las mejillas con su puto bigote húmedo cepillándome la cara. Me doy cuenta de que no ha soltado el papel de plata de la mano. Lo vuelvo a coger de los hombros y lo pongo contra la pared. Me sonríe con los párpados a media asta. Todavía está sonriendo cuando se da cuenta de que le vuelve a manar una catarata roja del cuerpo, esta vez del corazón. Le asesto otra puñalada. Otra más. Deja ya de sonreir, subnormal. Otra. No sonrías más, cabrón, muérete ya. La navaja entra con dificultad, tiene el cuero duro el muy hijo de puta. El día de la movida del Reve, sin embargo, le entró como un guante, no tuve que hacer casi ni fuerza. Después de doce navajazos me doy cuenta de que me estoy poniendo hecho un cristo de sangre. Lo suelto pero incomprensiblemente sigue de pie, apoyado contra la pared en una posición ridícula pero que por lo visto le hace mantener el equilibrio aunque esté más muerto que mi padre que en paz descanse. Remato la faena cruzándole la cara con la navaja repetidas veces. Sonríe ahora si tienes cojones. Sonríe ahora. Vuelvo a subir las escaleras del bar pensando en la de buenos ratos que hemos pasado el Canela y yo en éstos lugares. La de veces que de chinorris nos peleamos con los Tupas y los del Chucho en el Callejón del Perro. Después vinieron los primeros porros compartidos, las primeras chutas compartidas. También el sida lo compartimos. Pero en ésta te las ves tú solo, Canelita. Ay, Canela, siempre fuiste un gilipollas. Al entrar al garito la Seca me abraza y me arrima el bollo a la pierna. Eh, semental, dónde te habías metido, vamos al baño, que me parece que el Canela se ha najao. Le agarro la cabeza con violencia y la acerco a un centímetro de mi cara: espérame un segundo aquí que voy a lavarme las manos y después te vas a bajar conmigo al callejón que quiero que veas una cosa mientras te rompo el cacas. So puta.
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