Poesía: dícese de la manera más inútil de perder el tiempo

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   (Prólogo al poemario Columnas de cinco nubes, de José Gutiérrez de Juan)

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Alerta Naranja
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Nunca he sabido que es lo que requiere o se me requiere a la hora de escribir el prólogo de un poemario. Si una opinión objetiva y aséptica o una subjetiva que deje al trasluz mi rico y pedante léxico de renombrado juntaletras. Ni puta idea. La pedantería me suele dar buenos resultados. Una cita por aquí, una disección académica ininteligible para el ser humano medio y ole: el rapsoda deja su tufo marginal y su léxico de erudito de las aceras como preludio a la obra de su nobel compadre. Después de hacerlo siempre me queda una especie de cargo de conciencia, un halo de intrusismo literario que suplo con un sentimiento sincero de amistad y acercamiento mientras pienso: que pollas, nada es tan trascendental como este tío piensa ni como pienso yo ni como piensa nadie. Básicamente, ¿qué somos, Romero?, verbigracia, una mierda como una plaza toros pinchá en un palo. Y uno se parte el culo y reflexiona cuan inútil es la poesía, la literatura, la pintura, el funambulismo, los partidos de waterpolo y los tangas con trasparencias mientras un hijo de perra se atraganta comiendo galletas y se pasa el nudo con la sangre de mil guerras y en un tren muere mi sonrisa y la esperanza proletaria y un bigote sin cerebro sale en hombros con el labio superior sin un ápice de temblor y el miedo se da la mano tan cerca de las arrugas que siento que escribir poesía es la única razón que se me ocurre para instaurar la pena de muerte. Poesía. Que perdida de tiempo. Apago el ordenador jurando que es la última vez que escribo un prólogo. Y en estas estoy fumándome infinidad de cartones de Luki Straik desde la última vez que perpetré tamaña sarta de mentiras para algún iluso que pensó, tal que yo, que la poesía era el Xanadú del sentimiento o de la crítica social o yo que pollas sé cuando me llama el Kenny y me pide que me vuelva a alistar al regimiento, que me cuelgue las medallas para el desfile y que, cuando pase delante del palco de autoridades le mire a la cara a Lorca, a Hernández, a Bukowski, a González, a Alberti, a mi madre y a todos mis padres y les diga: lo siento, de verdad, no sabía que las puñaladas que les di les iban a doler tanto, les prometo que esta vez lo haré sin ensañamiento. Sólo una en el corazón y ya está. Tranquis, que después llega el Kenny con el manual de primeros auxilios para intentar parar la hemorragia. Ojalá lo logre. Aunque creo que el mal ya está hecho. Mierda, Kenny, saca la lengua, afila el lápiz, corre, que se nos van, por tus muertos.
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